donde nada me quiebra,
en una inmortalidad más larga
que el camino del hombre,
espero con los nudillos blancos
y los dientes apretados.
Y mientras los ojos
han de permanecer ciegos
al misterio inabarcable
para que su fiera boca
no consuma en llamas la cordura
y escupa su ceniza entre las fauces
tan pronto mi pie
asome de nuevo al mundo.
La noto latir en torno a mí,
el ansia de hambre secular
que a todos acecha.
Y sí, llama a la puerta,
aquí, del refugio.
Con los nudillos blancos,
los dientes apretados, espero.
Fátima N. S.
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