Hay algo que me gusta en la agonía,
y es que sé que es verdad;
los hombres no simulan convulsiones,
no imitan el dolor.
Unos ojos se vidrian, y es la muerte.
Imposible fingir
las gotas de sudor sobre la frente
que la inhábil angustia va ensartando.
*
Lo que es el agua lo enseña la sed.
Lo que es la tierra el mar que hay que cruzar.
El júbilo lo enseña la amargura,
la paz lo que se cuenta de batallas,
el amor el martillo de la tierra.
Solo la nieve dice qué es un pájaro.
*
Cada instante de dicha
se paga con dolor
en proporción intensa y temblorosa
con la felicidad.
Cada tiempo que se ama tiene un precio:
agrias raciones de años,
moneditas por las que hay que luchar
y tesoros de lágrimas.
*
Yo no soy nadie, ¿y tú?
¿No eres nadie tampoco?
Entonces somos dos, guarda el secreto.
Ya sabes que podrían desterrarnos.
¡Es un horror ser alguien!
Pregonarlo lo mismo que una rana
que proclama su nombre todo el día
a la admirada charca.
(Morí por la belleza, Emily Dickinson. Trad. de Carlos Pujol. Poesía portatil, Random House)
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