Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
(De Rayuela, capítulo 7)
["Es el único capítulo que queda encerrado en el mismo orden entre capítulos en una y otra forma de leer el libro. En la manera corriente sigue, lógicamente, al capítulo 6 y precede al capítulo 8. Exactamente igual que en la versión extendida, cosa que no ocurre con ningún otro capítulo, viéndose el lector obligado a saltar después de dos capítulos seguidos obligadamente a otro. Tal vez se trate solo de un azar, algo que sería muy cortazariano, a lo que Horacio Oliveira se hubiese empeñado en extraerle un oculto significado, y que la Maga hubiese desconsiderado como una simple y bonita casualidad". Por Ulises Argandona, en Drugstore. Magazine cultural].
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