lunes, 15 de febrero de 2016

Julio Llamazares


13

Yo no recuerdo sino el sabor de la duda como un alud de fresas sobre las blandas escamas de mi boca.

He olvidado el lugar donde las nieves más azules consiguen resistirse a su abandono.

He olvidado ya hace tiempo la dócil lentitud de los molinos.

Mucho antes de la hora de los vagabundos y a través de arboledas heladas caminé largamente hacia la mansedumbre. Busqué los prados donde pastan los bueyes más antiguos.

Rocas más amarillas que el silencio puse sobre mi incertidumbre. Rocas más dilatadas que algodón.

Y no quedó otra cosa que la duda fluyendo dulcemente, como nata derretida.

Yo no sé si, después de la muerte, alguien vendrá a dormirme con leyendas aprendidas en lugares lejanos.

Yo no sé si el aguacero de la nada apagará los hornos de la mendicidad.

Pero es seguro que palabras absolutas, más absolutas que vasijas de aceite derramadas, me estarán esperando al otro lado del olvido.

Y entre esas voces acuñadas sobre moldes de arcilla y certidumbre, mi voz sonará extraña como tomillo arraigado en las cuestas del amor.

Mi voz será como un paréntesis de duda.

(De La lentitud de los bueyes, 1979)

("Durante años, los que van de la publicación de mi segundo y último libro de poesía de 1982 a hoy, me han preguntado cientos de veces por qué dejé de escribir poesía. Cada vez he dado una respuesta diferente, sin que ninguna -debo reconocerlo- me convenciera del todo a mí mismo. A día de hoy, sigo sin tener muy clara la razón exacta, quizá porque no hay ninguna. El misterio de la poesía es igual de inexplicable cuando surge que cuando desaparece". Del prólogo a Versos y ortigas (Poesía 1973-2008), Ediciones Hiperión, 2009.)

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