martes, 8 de diciembre de 2015

Jorge Teillier (dos)


OTOÑO SECRETO

Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.

Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.

Para ángeles y gorriones, 1953-1956

["El poema inaugural del canon teillieriano es 'Otoño secreto', notable y decidora declaración de principios de buena parte de lo que será su poesía son estos primeros versos del primer poema del primer libro que publicara (valga la severa especificación). Una estética del tiempo y la memoria: 'Cuando las amadas palabras' -el lenguaje, guardián de la realidad y la razón humana-, que tienen la cualidad de ser 'cotidianas' -las del día a día, las de la normalidad, las del hogar-, 'pierden su sentido' -cuando han perdido su propia razón de ser- 'y no se puede nombrar' ningún elemento esencial como el pan, el agua o una ventana, solo queda la verdad del 'diálogo' con uno mismo -aquella soledad- versus lo 'falso (de) todo diálogo' con otro, y las trizas de las imágenes -de la reproducción del pasado, de la memoria fijada evocando- en las 'destrozadas estampas (...) del hermano menor', que es el representante de lo novedoso, de lo que vendrá. Por eso 'es bueno' conservar las reminiscencias de un pasado aún presente en las imágenes de la cotidianidad familiar, en 'los platos', 'el mantel', 'el viejo armario' y la felicidad embotellada del 'licor de guindas preparado por la abuela' junto a las 'manzanas puestas a guardar': he aquí la mezcla entre los elementos de la persistencia en el tiempo, que son la rutina, y los del pasado como 'el viejo armario' y 'la abuela' -la centinela del pasado- que se contrapone al hermano menor -aquel que guardará el futuro- antes evocado". Por Juan Carlos Villavicencio, encargado de la edición de Nostalgia de la Tierra. Antologia, Jorge Teiller, Cátedra, 2013).

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