jueves, 4 de septiembre de 2014

Recomendado por... Un físico


DON DE LA EBRIEDAD

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!

Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

                       Claudio Rodríguez (De Don de la ebriedad, Rialp, 1924)


("Claudio es uno de los poetas más importantes del siglo XX, un artesano minucioso que sopesaba cada palabra y corregía mucho. Visionario, intuitivo, el poema comenzaba a habitarlo desde la mirada", apuntó ayer Francisco Brines, quien sumó también su memoria al homenaje del Ateneo. "Era muy llano, muy modesto. Le interesaba lo elemental, lo que era de todos: el aire, el follaje, el milagro de la respiración. Recuerdo que en un viaje conjunto íbamos por Castilla y comenzó a hablarme de las hojas de un árbol mecidas por el viento. Tenía la imagen tan presente y vívida como una madre cuando habla de un hijo ausente".Extraído de El País.com, 21 de mayo de 2004, Raquel Garzón.)

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